Cuando conocí a Pedro Barandalla hace más de 30 años, era un entrenador consagrado en nuestro fútbol regional, mientras que yo un bisoño aprendiz. Sin embargo desde entonces siempre se mostró afable, sencillo y cariñoso conmigo. Me decía palabras de ánimo para motivarme con un futuro en los banquillos. Significaba mucho ese aliento ya que venía de un referente como entrenador.
Dirigió a multitud de equipos en diferentes categorías consiguiendo ascensos y éxitos deportivos pero sobre todo dejando en ellos una impronta personal y un recuerdo muy humano. En octubre de 2005 nos enfrentamos en un San Miguel – Castillo, siendo su último partido mientras que el mío el penúltimo, al sufrir un ataque al inmenso corazón que tenía. Obligado a dejar el banquillo desarrolló distintas tareas dentro del mundillo como la captación, información, dirección deportiva y últimamente representando a la federación navarra como delegado. Siempre estuvo vinculado al fútbol, era su gran pasión. Conocedor como nadie de todos los equipos y jugadores de las distintas categorías porque era el que más partidos presenciaba.
La Peña Sport trató en varias ocasiones hacerse con sus servicios como entrenador del primer equipo pero no pudo ser ya que se había comprometido anteriormente con otros clubes: Palabra de Barandalla. Sin embargo pudo trabajar para la Peña como director deportivo en una de las mejores etapas de nuestro club. Fue un lujo compartir tareas entonces con él, pero sobre todo aprender de sus enseñanzas del fútbol y de la vida durante interminables conversaciones viajando desde Pamplona a Tafalla durante 2 años.
Pedro era una persona noble y diáfana que vivía el fútbol apasionadamente. Era capaz de enfadarse como un niño por alguna cuestión pero al los 5 minutos pedir perdón como un cordero y olvidarse de todo para seguir con la amistad. Yo le decía que era el “sabio” del fútbol navarro; me miraba y se reía atusándose el bigote.
Tras una larga y dilatada carrera fue reconocido por el comité de entrenadores, la federación y el gobierno de Navarra. Premios más que merecidos. Pero sin duda el mayor premio ha sido para los que hemos tenido la suerte de conocerlo y disfrutar de su bondad, humanidad y generosidad.
El 10 de abril nos vimos y charlamos por última vez en Sarriguren viendo a la Peña frente al Valle de Egüés. Será para mí muy duro en el futuro mirar hacia la grada en cualquier campo y no encontrarte como tantas veces.
Un sentido pesar que quiero hacer extensivo para su esposa e hijos. Hasta siempre Pedro. David Arribas